La conspiración de los plateros del Cuzco se preparaba en los primeros meses de 1780 inspirada por los levantamientos antifiscales de Quito (1765) y Arequipa (enero de 1780), cuando el confesor de uno de sus cabecillas lo denunció ante las autoridades, frustrando la revuelta. El descontento había crecido entre la población cuzqueña por la instalación de una aduana en la ciudad y por los abusos percibidos en el cobro de la alcabala, ampliado a los comerciantes indígenas. Sin embargo, los cabecillas eran mayoritariamente miembros de la élite local: criollos y mestizos – plateros, orfebres, hacendados y propietarios de chorrillos (pequeños talleres textiles) – liderados por Lorenzo Farfán de los Godos, miembro de una importante familia criolla. De hecho, solo uno de los once acusados de la conspiración – todos los cuales acabaron ahorcados – era indígena (Tambohuacso, cacique de Pisac), si bien era clave para lograr los apoyos necesarios entre las masas indígenas afectadas por la alcabala y el reparto de mercancías. A los motivos ya mencionados: la aduana, la alcabala y el reparto, se suman las nuevas ordenanzas de la platería que imponían un rígido control que dificultaba el uso de metal no quintado, lo que movilizó a los plateros. Las autoridades iniciaron las detenciones el 13 abril 1780, frustrando así una rebelión considerada precursora de la de Túpac Amaru II, con la que existen algunos vínculos directos ya que familiares de los acusados en Cuzco participaron también en esta.